Desde un hecho verosímil y en el que numerosas personas creerán verse reflejadas, especialmente las que se han relacionado con el “funcionariado” y lo clerical de la Iglesia, se agudiza un interés de lo que puede y debe ser la Iglesia. La narración parte desde la visión de un ser humano muy comprometido con el ambiente eclesial, desde una institución de la Iglesia. Llegado el caso de estar él en necesidad, representantes del “funcionariado” le niegan su ayuda. En lugar de hundirse, recorriendo y recordando espacios geográficos con una impronta mariana, van surgiendo en él reflexiones sobre el porqué, el funcionamiento, la jerarquización y la misión de la Iglesia. Al final se le pide a la Iglesia que enseñe su verdadero rostro.
* Hay testimonios valientes al decir públicamente lo que se habla en corrillos sobre la Iglesia. Éste es uno de ellos. Lo hace sin ensañarse y llevando al lector hacia una visión de los hechos que puedan conducir a un entendimiento positivo y esperanzador de las cuestiones que plantea. Es un libro que sirve tanto para los que la acusan, como para quienes la excusan. Un libro con visiones de futuro y que no dejará indiferentes tras su lectura.
El autor se lo ha currado, no sólo por el marco y el fondo, también por las numerosas aportaciones con las que ha ido empapando y enriqueciendo el punto de su inspiración y de las posteriores reflexiones. Denota ser un gran lector y moverse tranquilamente en el amplio campo cultural y religioso.
El autor desea evitar pasar por un autoclave del que saldría una presentación excesivamente esterilizada de su currículo. No espera que el hablar de premios recibidos, de estudios y títulos universitarios, de referencias publicadas, de dedicación profesional y cargos desempeñados o de haber sido maestro de maestros, pueda incidir en lo que expresa en “El hábito no hace a la Iglesia”.
La mejor presentación en su caso, especialmente en este libro, es que sea leído y despierte, en posibles y futuribles lectores, la inquietud de pensar adecuadamente en libertad y sentirse protagonistas de la vida en la búsqueda de la verdad, tomando conciencia de un amor social, sabiendo que, como dice Santa Teresa: “Sólo Dios basta”.
