Una suerte de autobiografía coral, un paseo por el espacio de una ciudad y por el tiempo de una generación que se resiste a ser etiquetada. En el amplio abanico de épocas con características propias que estudiarán los sociólogos desde los usos amorosos de la carpetovetónica postguerra española hasta la seducción por vídeoconferencia y los contactos por Tinder ¿tiene unas características propias el periodo finisecular del que se hace eco este libro? El que las circunstancias espaciales y temporales que rodearon a aquel pequeño microcosmos salmantino lo hicieran peculiar será lo que dé o quite sentido a esta crónica sentimental. Pero, además: ¿hablamos de un tiempo clausurado?
Esta memoria está unida, como su título indica, a un lugar además de a un tiempo. La ciudad es, pues, a la vez escenario y personaje. No es una guía para conocer Salamanca sino para re-conocerla en la memoria de quienes vivieron en ella. “Pretendo que funcione como un perchero que sirva de desencadenante para que cualquiera pueda colgar sus propios recuerdos”.
A todos los que compartieron la pasión de la noche en el escenario de la ciudad: entramos y salimos de escena infatigablemente, empujándonos a vivir representando una obra de la que no conocíamos el argumento.
Nací, por fortuna, en una familia que, contradiciendo a Tolstoi, era feliz a su manera, con buena salud general, economía suficiente para la numerosa prole y en un neblinoso ambiente de derechas propio de una Salamanca con poca industria y muchos servicios. Mis padres resultaron ser personas excepcionales que nos sacaron adelante a todos con mejores o peores perspectivas y luego el libre albedrío lo cargó el diablo. Crecer con otros ocho hermanos imprime carácter. Estudié en colegio e instituto públicos en los años de plomo en que se impartía Formación del Espíritu Nacional y cuando no eran mixtos lo que repercutió en una deficitaria educación sentimental que los fines de semana en el coro de la iglesia sólo pudieron empeorar. En las vacaciones veías crecer a tus amigos y suponías que eras uno de ellos.
Tras un paso efímero por las aulas universitarias madrileñas en las postrimerías de la dictadura me licencié en Psicología cuando todavía se adscribía al área de Filosofía, lo que era una suerte. El descubrimiento de la Psicología Social lo iluminó todo y la mili no consiguió oscurecerlo. Mientras tanto mis días y mis noches se fueron sucediendo, como le pasa a todo el mundo. Viajé bastante como para darme cuenta de que las ciudades grandes están pobladas por personas muy parecidas a las de las ciudades pequeñas y en provincias también puedes descubrir microcosmos que no llegas a abarcar. Intenté vivir el tiempo que me tocó vivir en los espacios en que el azar me depositó procurando estar atento a todo y no perderme nada y no sé si no lo hice al revés.
Sigo con los ojos abiertos.