Un profesor cansado y hastiado es lo peor que un alumno puede tener. Daniel ha llegado ya a este punto por lo que, a sus más de cuarenta años, decide abandonar la enseñanza y dedicarse al mundo de los viajes.
Un golpe de suerte le pone en bandeja la oportunidad de ir a trabajar a Camboya. No se lo piensa dos veces y se instala allí. Durante casi diez años trabaja para un turoperador local pero, contra la opinión de todo el mundo, cuando llega la crisis de 2008 y ve peligrar su puesto de trabajo, decide jugárselo todo a una carta y monta su propia empresa.
Este libro no es el típico relato de un expatriado que ha triunfado en la vida y en los negocios, tiene una amante en cada ciudad y vive a cuerpo de rey. Todo lo contrario. Es la narración de cómo una persona ha de empezar desde cero en un país extraño y enfrentarse completamente solo a una cultura que es radicalmente diferente a la suya esquivando, además, las puñaladas traperas que de vez en cuando asesta la vida.
Una pequeña historia de supervivencia que dura ya casi veinte años y no tiene visos de acabar.
Daniel Souteyrant Campdelacreu (Badalona, 1955), licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación, encamina sus primeros pasos en el mundo laboral hacia la enseñanza. Aprovechando las largas vacaciones escolares viaja varias veces al Sudeste de Asia y poco a poco va acariciando la idea de instalarse allí. Cumplidos los cuarenta la vida le da la oportunidad de realizar su sueño. Abandona la docencia y se marcha a vivir y a trabajar en Camboya. A partir de ese momento su día a día se convierte en una fascinante lucha por comprender a una sociedad todavía muy conmocionada por el reciente genocidio y con una manera de pensar cuya lógica nada tiene que ver con la que conocemos en occidente.
A día de hoy, esta lucha por comprender a los camboyanos continúa.
Cuando yo estudiaba en la universidad Camboya estaba bajo el dominio de los khmeres rojos.
Era un país del que solo había oído lejanos relatos de guerras y genocidios. Pero los avatares de la vida me llevaron a vivir allí y entonces esos ecos se convirtieron en historias reales que me contaron cara a cara personas que habían sufrido la deportación a los campos de trabajo, la tortura, o asesinos con muchos cadáveres a sus espaldas. Y muy pronto empecé a darme cuenta de que no sería nada fácil vivir y trabajar en una cultura diametralmente distinta a la mía y en la que, aún hoy, conviven víctimas y verdugos.
Este libro es la historia de mi vida en Camboya.
(El autor)