Solo existen dos hechos singulares destacables en la biografía de Chema Lugares (Jose Mª Bastida), autor del libro: que vino el siglo pasado y que probablemente se marche en este.
Llegó una madrugada de agosto convencido de que su estancia había de ser perpetua, pero no le dieron de mamar hasta pasadas muchas horas y así supo, nada más aterrizar, lo que significaba morirse, en su caso de hambre.
El segundo trago amargo lo vivió, también demasiado pronto, cuando comprobó que a los Reyes Magos los pobres les importaban una mierda. Fue la gota que colmó el vaso y desde aquella fecha ya no ha parado de renegar.
Recientemente ha anunciado que claudica y que acepta marcharse en este siglo XXI. Nadie se explica quién o qué ha logrado doblegar ese carácter agrio y espinoso, pero bien está lo que bien acaba.
En toda esa dilatada trayectoria se habrá cortado el pelo en unas 1080 ocasiones (cálculo efectuado como resultado de la suma de corte mensual llevado a cabo entre los diez y los cien años. Antes de los diez se lo cortaba su madre; cuando alcance los cien ya no estará para hacer cálculos).