La casa de la anciana era recoleta y sencilla.Olía a lavanda y a limpio, como las sábanas tendidas al sol aún goteantes. La anciana amaba el color blanco y se enorgullecía de que todo apareciera reluciente. Bajo la escrutadora luz de la mañana, la casa de la anciana refulgía suavemente, como si se tratase de un delicioso sueño secreto. La anciana gustaba del silencio, lo saboreaba igual que un panecillo recién hecho. Poco importara donde estaba cuando la asalataba el recuerdo. Entonces no era más que un alma rosiente, una viruta que se deshacía entre las cenizas del olvido. Al atardecer, la anciana se deshojaba en la tibieza del ocaso apoyando la cabeza en el sillón. A la derecha de la mesita baja donde dejaba las gafas, había una silla estilo Luis XV que la anciana había mercado en el madrileño rastro. Estaba forrada en rojo, con unas muescas doradas.
María Teresa de Miguel Reboles es Doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Amplió estudios en el Reino Unido (University of Oxford). Actualmente estudia Grado en Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.