Me dolía que me dijesen
niño de mamá.
Los que así me llamaban
—compañeros de colegio más altos,
más fuertes,
ya casi hombres—
marcaban distancia conmigo
dejando claro
su pertenencia a un mundo
del cual yo quedaba excluido.
Hoy recuerdo sus caras de burla y de desprecio
y también me acuerdo de cómo
me replegué a un mundo interior
del que aún me pregunto si he salido.