La vida de Nicanor Yáñez es una lección de trabajo constante, esfuerzo, decisión y todo ello aderezado por el amor, que lo trastoca todo y, naturalmente con sus correspondientes dosis de orgullo. A él se le puede aplicar sin ambages las palabras de Camilo José Cela: “Sepan ustedes: quien resiste, gana”.
Su trayectoria vital arranca en la parroquia orensana de Mourisca, un lugar en aquel año 1932 inhóspito para nuestro tiempo: sin agua corriente en casa, sin luz eléctrica, sin apenas escuela, pero con un gran sentido de comunidad humana, y con los genes inculcados de la emigración para cuando la edad lo permitiera.
Al contrario que muchos gallegos Nicanor Yáñez no emigró a Cuba por imperativo económico. Tenía ya una vida acomodada en Madrid. Lo hizo por amor. Tras la revolución cubana regresa a España para empezar de nuevo. Y todo ello hecho a pulso.