A casi todo el mundo le gusta viajar.
Hasta mediados del siglo XX, un viaje era una aventura en la que alguien salía de la mayor o menor seguridad de su hogar para enfrentarse a las incomodidades, peligros e incertidumbres que suponían los caminos de tierra, las eventualidades derivadas de la dependencia de los animales de tiro, las inclemencias del tiempo, el riesgo de estar sometido a incidentes peligrosos, las inacabables jornadas a pie, en carretas, diligencias, barcos o, más modernamente, en lentísimos trenes, con los que se recorrían continentes y océanos. Un largo viaje solo se emprendía por necesidad o por la vocación de ser un auténtico aventurero.
Hoy en día, la gran infraestructura turística existente en casi todos los países y los modernos medios de transporte han convertido los viajes en un placer del que casi siempre se puede disfrutar, por muy complicados o indeseables que estos sean, quedando la aventura, como siempre, para los auténticos viajeros que llegan a los pocos lugares remotos que aún existen en la Tierra; para quienes se ven obligados a desplazarse a lugares de conflictos bélicos, o para los que, a su pesar, tienen que huir de la miseria, que no son pocos. El resto de los mortales viajamos con seguridad y comodidad, y cuando volvemos, contamos a nuestros amigos y allegados las maravillas de las que hemos disfrutado, omitiendo generalmente ciertas incomodidades de las que solo somos conscientes una vez que dejamos de sentirnos jóvenes aventureros.
En este libro se narran algunas de esas eventualidades que a veces aparecen en un maravilloso viaje y que hacen que no todo sea tan bonito como se cuenta.
Viajando en misión humanitaria por África o en moto por Occidente, es fácil encontrar algunos inconvenientes que hacen que uno se arrepienta momentáneamente de haber iniciado tal o cual periplo, aunque, al final, para quien se siente viajero, siempre merece la pena haber concluido cualquier viaje (al fin y al cabo, tampoco absolutamente exento de todo peligro) que, de una u otra forma, ha enriquecido nuestra vida con nuevas experiencias y conocimientos.
Aquí se pretenden contar, entre otras cosas y con humor, esos momentos en que sientes haber llegado al «grado correcto de angustia» y que momentáneamente pareces arrepentirte de haber salido de casa para realizar una odisea que, en conjunto, siempre ha sido maravillosa vista desde la perspectiva que ofrece «la vuelta a su casa de uno».
Gordiano Fernández Montserrat (Argamasilla de Alba, 1960) es ingeniero técnico industrial, empresario en el sector del medioambiente y cofundador, junto con su esposa M.ª Estrella Giménez, de la ONG Fundación Kirira, que trabaja para erradicar la mutilación genital femenina en ciertas áreas de África.
Desde los 14 años ha estado conduciendo motocicletas, desde las carreras de chavales compitiendo con ciclomotores en rudimentarios circuitos de motocross hasta largos viajes internacionales, pasando por algunas participaciones en campeonatos de España de enduro y la organización de rutas TT.
Es padre de dos hijas, Carlota y Estrella. La primera también ha sido piloto de velocidad en distintos campeonatos motociclistas, y Estrella es, además de doctora en ingeniería, patrona de la citada Fundación Kirira.
Sea por motivos profesionales, humanitarios o por mera afición, ha viajado con asiduidad por diversos países de Europa, África y América, y, habiendo llegado a una «cierta edad», se ha embarcado en la tranquila aventura de escribir para que quede memoria de algunos de sus más recientes viajes, en estos tiempos en que todo queda grabado, fotografiado, guardado y luego perdido en la inmensidad del interior digital de nuestros aparatos electrónicos.
