Recuerdos de una niña de Albacete: «Cuando me llevaban a la Fiesta del Árbol, me acercaba a abrazar a ese gigante de Albacete que es el Depósito del Agua. Me gustaba estrecharlo y, al mirar hacia arriba mientras duraba el abrazo, el gigante se movía y yo me caía para atrás».
«La infancia es como el aroma de un café antiguo de puchero... impregna, determina y dispone el resto de nuestra vida».
Querido lector:
Si, como yo, eres de los que vivieron su infancia entre los 50 y los 60, te gustará recordar el estilo de vida, las costumbres y las ideologías de aquella época.
Si aún no habías nacido, te asombrará conocerlas; pero, sobre todo, a ambos os gustará reflexionar sobre cómo la sociedad española ha evolucionado en libertad, a pesar de la represión vivida, y cómo duelen los sentimientos involucionistas que algunos quisieran volver a imponer.
La autora
Hay veces en las que las calamidades del destino no te permiten «recrearte» en la tristeza. Te empuja como una ola gigante y solo puedes continuar, seguir adelante sin permitirte el lujo de venirte abajo.
Viuda, joven y con dos niñas pequeñas, la autora se ganó el sustento durante 35 años trabajando como celadora en el Hospital de Albacete, plataforma que le mostró cómo la vida y la esperanza se abren paso diariamente entre las enfermedades y la muerte. Del mismo modo, también le enseñó la variedad de estilos y modos de ver la vida tanto de los pacientes como de las personas que constituyen el entramado de un hospital, el cual, al final, es como una pequeña ciudad donde todos se conocen.
«Mi oficio es humilde», refiere, «y aunque me ha proporcionado una manera de vivir sencilla, en el plano interior me considero tremendamente rica, acaudalada y afortunada».
