Si deseamos ayudar a los niños a educarse verdadera y libremente, antes debemos aprender mucho nosotros mismos acerca de cosas que, aparentemente, nada tienen que ver con la educación. Debemos aprender a rompernos, a perder nuestra forma, a sacar el veneno que hay en nosotros para no contaminar a los que vienen detrás. Todo lo que sea necesario para convertirnos en el espacio en el que nuestros niños puedan desplegar todas sus potencialidades, apreciar su propio valor y el de todo lo que les rodea, con el fin de que nunca olviden quienes son realmente.