Se trata de una alegoría de la humanidad. Se narra la historia de los hombres como cuerpos de carne que han existido, como especie que vaga hacia horizontes de humo. Las vidas anónimas de los á-podos pasan por calles y calles en una ciudad inmensa que no para de crecer y crecer, sin centro ni periferia, sin nombre conocido, con filas interminables de seres entre hogueras pestilentes, vallas electrificadas y cubos inconmensurables de metal y de hueso. Nadie sabe por qué está ahí. Los andantes solo saben andar y andar para, en sus últimos pasos, descubrir que todos ellos son los cimientos de la esperanza viva, son los cimientos apisonados de la única ciudad que existe, la única ciudad que habitamos, la que es real e infinita.