La definición que hacemos de un hecho concreto nace de encasillarla dentro de una tipología preconcebida de acontecimientos que almacenamos en nuestra limitada memoria y que nos sirve para enjuiciar, catalogar y dar una explicación a lo que sucede.
Tiene mucho que ver con el lenguaje, con el concepto, con la palabra con la que definimos (ponemos límites) a la experiencia de la realidad.
Esa simplificación nos obliga a despreciar parte de lo que sentimos. Así, enjuiciando, dejamos de percibir la realidad de forma integral: la percepción del suceso no es una contemplación sino una deformación y, más justamente, es una regeneración de la realidad. Generamos la realidad de acuerdo a lo que pensamos que debe ser, de acuerdo a como la hemos aprendido.