Mis recuerdos al amor de un fuego, saben sobre todo de emociones y vivencias, y relatan hechos ciertos. Pero también se destila en ellos un canto a la superación, y desde luego una reivindicación. La reivindicación de mi generación entera. Silenciosa, olvidada y en cierto modo proscrita. Una generación, a la que cercenaron sus raíces y sus sueños de un certero tajo. Una generación raramente mencionada y borrada de los anales. Como se arranca intencionadamente y de cuajo, la frágil página no deseada de una historia verdadera. Una generación a la que no se dejó ser. Que no pudo ni mirar atrás. Que tuvo que nacer de nuevo, adaptarse y olvidar sus raíces, su esencia misma. E improvisar por la fuerza un destino no deseado.
He conocido África e inevitablemente la he amado. Como se ama a la familia; como se conoce el barrio, tu coche o a tu amigo. Y he reconocido a África como se reconoce tu hogar, tras largos días de ausencia. He sentido el aire de África, mientras mamaba del pecho de mi madre. Siendo un niño que no sabía caminar, y un impúber que iba al colegio por primera vez. Y he sentido la magia de África, cuando mi adolescencia afloraba y cuando, más tarde, ya me sentía un hombre.