Con las manos en las sienes y hundido en la desesperación se fue hasta la cama. Se dejó caer sobre las sábanas frías. Corrió la manta todo lo que pudo hasta que le cubrió la cabeza. Otra vez el frío le hacía temblar. Ovillado con las rodillas a la altura del pecho explotó en llanto. No solo le martirizaba el frío. También la idea de no poder alimentar a su hijo.
Ya desde mi adolescencia tenía cierta predisposición a fantasear situaciones, anécdotas, personas e imaginaba otros mundos. Ficciones en las que brotaba la rebeldía contra un mundo real, contra una sociedad establecida que siempre consideré que no era la idónea. En este asunto misterioso que es la escritura creativa (servidumbre libremente elegida), la mejor recompensa que obtengo es el sentirme bien conmigo mismo.
Vicente Martínez