Érase una vez un pueblo —tal vez un poco olvidado por el paso inexorable de los años— enraizado en fértil y primorosa tierra, con sus gentes aferradas a unos ritos y costumbres ancestrales y a una manera peculiar de existir, de hablar y expresarse.
Con un recuerdo imborrable de una infancia irrepetible, con un buceo por el túnel del tiempo donde el aire de la niñez flota en el espacio, Ricardo abre el baúl de la memoria creyendo rozar de nuevo el albor de la vida y evocando con su corazón tiempos pasados.
Antonio R. Peiro Fabra