“Cuando tenía yo catorce o quince años, y mi alma estaba enchida de deseos sin nombre, de pensamientos puros y de la esperanza sin límites que es, la más apreciada joya de la juventud, ¡cuántos días absorta en la contemplación de mis sueños de niña fui a sentarme a la orilla del rio, y allí, donde los álamos me protegían con su sombra, daba rienda suelta a mis pensamientos y forjaba una de esas historias imposibles, en las que hasta el esqueleto de la muerte se vestía a mis ojos con gafas fascinadoras y expléndidas!”