Una mañana me acerqué al cajero para revisar mi saldo. Alguien había echado mano a mi cuenta y tenía mucho menos dinero del que pensaba. Me llevé una gran decepción.
Luego examiné mi otra cuenta, esa la tengo en la cabeza, es la cuenta de mis gratos recuerdos. Estaba en superávit y me fui del cajero feliz de que nadie pudiera robarme mis vivencias.
La calidad de vida no es una cuestión de dinero, se basa principalmente en la habilidad de cada uno para crear buenos momentos. Esta es la auténtica riqueza.
Puede uno tener mucho dinero y arruinarse, pero quien tiene buenos recuerdos jamás se arruina.
¿Qué ocurriría si alguien intentara robarnos nuestros recuerdos?
Este cuento es una reflexión sobre ello.