Las alas, esos apéndices invisibles enraizados en nuestra psique, aunque para darle un enfoque poético nos las imaginaremos como parte de la anatomía de la espalda, se forman a partir de las historias que vivimos. Cualquier persona al nacer es candidata a poseer unas hermosas alas. Todo depende de varios factores tremendamente complejos: el primero, nuestro ADN; el segundo, nuestra crianza; el tercero, el azar; y el cuarto, nuestro ángel de la guarda. Sin este último, un ser mágico, también representado con alas(en realidad suele ser una persona cercana y/o querida), sería muy difícil mantener, a lo largo de nuestra andadura, unas alas bellas, enormes y fuertes.
¿Para qué sirven las alas? Muy sencillo, para volar, metafóricamente hablando.
Las alas nos ayudan a discernir las posibilidades de nuestras decisiones. Tienen propiedades asertivas, sensitivas y cognitivas. Nos alejan del miedo y los conflictos. En definitiva, hacen que nuestra vida sea mejor. Por todo ello, hay un telar imaginario en cada familia, en cada comunidad… Es algo establecido de generación en generación. Se pueden tejer las alas de uno mismo, para los demás, o ambas cosas a la vez. El amor y el ímpetu de la ira, entre otros, usados con mesura, son materias primas esenciales, y la resiliencia, el resultado óptimo.
El telar de mis alas tiene su origen en Prado Yeste. La hermana Presentación urdía el algodón y elaboraba mantas traperas y prendas de vestir de lana en su telar de madera. Tejedora en la vida real y, sin saberlo, por su constancia, trabajo y abnegación, tejedora virtual de las alas de sus hijos, familiares y vecinos.
Aquellos recuerdos —unos narrados por mi madre en mi infancia, otros vividos—, como el de las calderas donde se destilaba la esencia de espliego, la visión del agua de riego discurriendo entre los lirios, el mecedor en la carrasca blanca, los carasoles donde se bordaba, la solana del agreste y escarpado cortijo, los juegos con las primas bajo el parral de los abuelos, el horno de piedra en el porche, los colchones de cuadros naranjas y blancos en el suelo junto a la lumbre…, son los más nítidos y significativos del comienzo de la formación de mis alas.
Así es como se tejen las alas: acumulando vivencias, ayudando a que las vivencias de otros sean significativas, cambiando el curso de los acontecimientos para bien, trabajando, luchando, esforzándonos, siendo justos… para acabar tomando impulso y sobrevolar el equilibrio de nuestras emociones.
María de las Mercedes Palacios Fernández (Merch P. Fdez.) nació en las Quebradas de Raspilla (Yeste), Albacete, el 1 de diciembre de 1968.
De profesión enfermera, aunque comenzó a escribir desde temprana edad atendiendo a una necesidad vital.
Editó un cuadernillo de poesía, Mariposas en invierno, dedicado a Médicus Mundi, en diciembre de 1994. Años más tarde colaboró en un libro de poemas, Haciendo caminos al alba, cuyo título hace alusión a uno de los versos de su muy significativo poema, «Madre».
A finales del año 2019 editó su primer libro de poemas, Hoy te escribo bajo las nubes, una muestra retrospectiva que abarca sus primeros escritos, siendo apenas una adolescente, y la convulsión de emociones y sentimientos en los posteriores quince años aproximadamente. En estos poemas, los gritos se convierten en trazos, y los trazos, en gritos. Versos ágiles y frescos enmarcados en el entorno de una familia humilde y una naturaleza fascinante.