Te vas a volver a caer, sí, pero no por ello vas a dejar de ser tú. Me explico: abre la puerta a las circunstancias y riégalas cuando haga falta, pero nunca olvides que el jardín es tuyo, que no perteneces a nadie más que a ti. Volverás a rasgarte las rodillas, a tropezar con la misma piedra, a regalar las flores de tu corazón al peor postor. Lo harás, tarde o temprano, incluso cuando ni tú mismo te encuentres. Donde quiera que uno viva, uno siempre es de su casa, y casa es quién uno es. No es la vida, sino las formas que adopta cuando la pintan nuestras manos, así que ya sabes. Ni truco ni coordenadas, tu casa, y ya. Así que ya puedes ir abriendo la puerta, y las ventanas, cada una de ellas, de par en par, que tienes luz de sobra para iluminar la calle. Ordena un poco el caos que te incomoda y entrégate al tiempo, a la maravilla de quererte fuerte, aunque cueste hacerlo cuando se trata de un vuelo largo. No te preocupes. Que la vida, es decir, el mundo, al final, se reduce al soplo que damos, y es ahí donde crecen las ciudades, y confluyen las calles, y convergen las fiestas nacionales. Sí, en ti, joder. En ti. Quiérete bien.
Nací en Barcelona unos meses antes de que cayera el muro de Berlín y desde entonces no he parado de escribir. Empecé escribiéndole a mi madre y he acabado incluso haciéndolo para mí mismo, y supongo que eso tendrá algo de amor propio. Creo que he soñado tanto con el amor que he acabado viviéndolo como nadie. De ahí que a veces sienta que ni yo mismo soy capaz de sobrevivir cuando se me agolpa el sentimiento. Suelen decirme que escribo muy triste. Yo siempre digo que la tristeza es la mejor forma de soñar. Y entonces se ríen, pero yo siempre me entiendo.
