En mis cuentos, como en los sueños, todo es parte del soñante, cada personaje, ente o elemento son aspectos de mí. La Kaperuzita que desborda feromonas en el bosque, el oscuro capitán, el hombre cojo del tren, la vieja Matilda, el ángel del panteón de los Zulueta, el cocodrilo en la charca, la propia charca. Mi hiena, mi niño, mi déspota, mi guerrillero, mis miedos, mi valor, mi amor... Al abordar todos estos reflejos de mí, les doy cuerpo, los atiendo, los digiero, los integro, aunque anden todo el día a la gresca, les grito: “¡A pegarse fuera!”, y acaban en el papel.
Estos cuentos hablan de algunos de mis derrumbes, de lo vulnerable que me hicieron sentir y de cómo mis certezas tiradas por el suelo me permitieron mirar al otro lado de la pared caída. Y de mis deseos, los cumplidos y los incumplidos, aún más fuertes pulsando desde las profundidades.
Sacar estos relatos del cajón obedece a un deseo de mostrarme y de conectar contigo, ¿acaso en esencia no somos lo mismo? Lo que desearía: remover el fondo de tu charca, levantar tu limo, enturbiarte. Enfadarte, emocionarte, excitarte, hacerte sonreír... todo menos que permanezcas indiferente.
